Daré el primer paso para que mis deseos se conviertan en realidad. Ahora. No esperaré más. Ahora. No hay otro mejor momento. Quizás luego sea tarde. Ahora.
No me quedaré parado. Me moveré. Experimentaré. Me mezclaré allá donde vaya. Buscaré la diversidad. No la temeré. Confiaré. Evitaré lugares donde me encuentre cómodo y protegido. Me dejaré en casa las preocupaciones y el móvil.
Haré eso que siempre he deseado. Sé que no será fácil. No escucharé las voces dentro y fuera de mí que me animan a desistir.
Como muchos sabéis he concretado una experiencia con la que había soñado casi toda mi vida y que me ha llevado muchos meses de preparación. 2023 siempre será un año especial para mí.
Aprovecho para compartir con vosotros el Cuaderno de Bitácora de ese viaje.Son los textos e imágenes de una Lista de Distribución de WhatsApp.
No estaré todo el tiempo con los pies en la tierra. Volaré. Sin complejos. La gravedad se encargará de ponerme en mi sitio de vez en cuando.
No comeré. Saborearé los alimentos y apreciaré sus texturas y sabores. Repararé en lo que cuesta obtenerlos.
Amaré. No diré te quiero a la ligera, sin tomar conciencia realmente de lo que significa.
No tocaré. Acariciaré las personas que aprecio, también a los sueños que anhelo. Pero no me quedaré ahí.
Buscaré. Viviré. Asumiré riesgos.
Daré el primer paso para que mis deseos se conviertan en realidad. Ahora. No esperaré más. Ahora. No hay otro mejor momento. Quizás luego sea tarde. Ahora.
No me quedaré parado. Me moveré. Experimentaré. Me mezclaré allá donde vaya. Buscaré la diversidad. No la temeré. Confiaré. Evitaré lugares donde me encuentre cómodo y protegido. Me dejaré en casa las preocupaciones y el móvil.
Haré eso que siempre he deseado. Sé que no será fácil. No escucharé las voces dentro y fuera de mí que me animan a desistir.
Aquella soleada mañana de octubre lo primero que sentí en esta vida fue su mano cogiendo con delicadeza la mía.
Aún no había sido capaz de abrir los ojos y temblaba de frío en un entorno hostil y desconocido.
Había dejado de escuchar aquellos latidos de su corazón que tanta seguridad me daban y algo me quemaba en el pecho.
Pero el contacto de su mano me reconfortó y me animó a enfrentarme a una vida que ella sabía que no iba a ser siempre fácil, pero que merecía la pena intentarlo.
Me transmitió la serenidad y la fuerza que necesitaba en ese momento de incertidumbre y miedo que todos hemos sufrido.
Por eso tiré para adelante, di una bocanada fuerte y entonces lloré.
Ese mismo mensaje lo repitió durante lustros, con formas, palabras y gestos diferentes y ante situaciones complejas y temores que se me presentaban.
Han pasado casi 58 años desde aquel día y en esa tórrida noche de agosto, quizás lo último que ella sintió en esta vida fue mi mano apretando la suya.
Quiero pensar que, igual que me pasó a mí, ella pudo sentirse reconfortada y animada. Acompañada.
Que mi gesto le ayudó a vencer ese miedo y desconcierto en ese trance que pasaremos todos.
Ella no pudo expresarse ni llorar. A ella se lo habían puesto más difícil.
Pero un tímido apretón suyo en mi mano me lo confirmó.
Por un instante le ganó la batalla a esa enfermedad que le nublaba su conciencia y sus recuerdos: aparecieron nítidas en su memoria todas las emociones que había compartido y las caricias, besos y abrazos de la gente que la había querido.
En los últimos meses, en su casa,
nuestras cortas conversaciones
no podían versar sobre algo situado en el espacio o el tiempo,
porque eran zonas que no controlaba ya.
Se centraban en emociones de una vida,
no siempre fácil y placentera,
pero que había transitado feliz, en su mayor parte.
Buscábamos los dos, no sin cierta dificultad, esos recuerdos y momentos dichosos.
Me gustaba decirle, de forma insistente, que su principal empresa en esta vida
la había culminado, con mi padre, de forma sobresaliente.
No dejaba de recordarle que su legado no se queda ahí, con nosotros dos,
que continuaba con los otros cinco jóvenes que se encargarán asimismo de proyectarlo.
Yo notaba que eso lo entendía,
que agradecía mis palabras de una forma tan sincera que me hacía estremecer.
Pero pronto, cerrando los ojos, cansada, dejaba caer su cabeza sobre la almohada
y volvía a esa dura oscuridad o confusión que la tenía atrapada irremediablemente
Corren unos tiempos
en los que las personas se buscan desesperadamente
justo ahora que no pueden encontrarse,
aunque de todos es sabido
que primero tienes que encontrarte a tí mismo
para poder encontrar a los demás.
O… era al revés?
Corren unos tiempos
de extrañas emergencias de creatividad
que estaban confinadas en tiempos de libertad?,
donde algunos desenpolvan instrumentos desafinados,
otros recuperan pinceles o arcillas endurecidas
y algunos garabatean folios en blanco, como es este caso.
Corren unos tiempos
de listas de deseos y tareas por hacer,
que no serán satisfechas
ni aún con todo el tiempo del mundo,
porque el problema quizá sea
la falta de coraje y determinación.
Corren unos tiempos de solidaridades y egoísmos extremos que retwitteamos y compartimos sin ni siquiera saber de verdad si alguien alguna vez las practicó. Pero tranquilos, me temo que bien pronto volveremos, como si tal cosa, a ese refrito en el que estábamos instalados que confunde lo esencial y lo superfluo.
Corren unos tiempos
en los que ponemos el acento en curvas que no se vencen,
representadas en gráficos coloridos y fríos,
con muertos que reciben como único homenaje
ser trazados con una línea negra, y a veces ni eso.
Son tiempos también de búsqueda cainita de culpables
que unos y otros saben aprovechar perfectamente,
para urdir sus macabros planes,
más aún cuando el miedo nos acecha.
Corren unos tiempos
en que la globalización ha tomado cuerpo al fin,
traspasando el mundo de las ideas
para adentrarse en todos y cada uno de nosotros,
inoculándose en forma de amenaza
que se experimenta y padece simultáneamente
-por primera vez- en toda la humanidad.
Corren unos tiempos
en que se ha puesto en evidencia
que nuestro mundo es ya una habitación,
en la que estamos todos, muy juntos.
Ya no valen ni puertas ni fronteras,
aunque algunos se empeñen en mantenerlas.
No tenemos que protegernos de nadie
más que de nosotros mismos.
Cuanto antes comprendamos esto,
antes explotaremos las magníficas oportunidades
de este nuevo tiempo.
Ha tenido que venir un virus impertinente y tozudo
para colocarnos a todos en nuestro lugar,
para recordarnos nuestra única condición humana,
ajena a fronteras, etnias y credos,
entelequias que inventamos para separarnos.
Estamos en la búsqueda desesperada de una vacuna
para una enfermedad dura pero coyuntural, que pasará.
Ni siquiera hemos reparado en buscar la definitiva,
la que inmunice nuestra humanidad de verdad,
de los principales males que nos amenazan
que no están en murciélagos o pangolines,
sino bien dentro de nosotros mismos.
Estos días me reincorporo como funcionario a l’Ajuntament de Calvià. Mi casa, mi administración «base».
He de reconocer que me gusta realizar estas temporales excursiones o aventuras laborales que tanto enriquecen (aconsejo hacerlo a quien pueda; es más, creo que deberían ser obligatorio practicarlas en las administraciones públicas). Una vez más tengo que agradecer a los responsables municipales actuales la comprensión y acogida que me dispensan. Ahora me queda devolver, otra vez, a Calviá, a su Ajuntament y también a la ciudadanía (que es la que finalmente me paga) lo que he aprendido, como profesional y como persona. Voy a tratar de seguir aportando (igual que las tres veces que he regresado) lo mejor que tengo, trayéndome y proyectando lo experimentado. Curiosamente me siento ahora más «hecho», más competente y capaz de generar más valor (supongo que son cosas de la edad 😉).
He estado dos años y medio ocupándome de la dirección de la Escuela Balear de Administración Pública EBAP, para mí ha sido un auténtico placer trabajar con el excelente equipo de responsables y funcionarios de esa casa. He tenido la oportunidad de conocer gente muy interesante (profesores, colaboradores, consultores, otros responsables de escuelas, funcionari@s en tribunales, etc.). Quiero agradecer a las conselleras (Catalina Cladera e Isabel Castro) que me otorgaron la confianza para estar ahí. Y a Fernando Monar, mi antecesor, que fue mi referencia y guía. No tuve nada más que seguir el camino que él había marcado y tratar de no estropearlo demasiado.
Reflexionaba en estos días sobre el choque entre dos máximas o mantras que todos hemos leído u oído en algún momento.
Una proviene del mundo del management y ha sido utilizada (yo también, lo reconozco) en miles de cursos y charlas en organizaciones para poner el foco en los objetivos, la visión y fijar los destinos. Es la conversación de Alicia (en el País de las Maravillas) con el gato, cuando se encontraba perdida:
“[…]¿Podrías decirme, por favor, qué camino he de tomar para salir de aquí? —Depende mucho del punto adonde quieras ir -contestó el Gato. —Me da casi igual adónde – dijo Alicia. —Entonces no importa qué camino sigas – dijo el Gato.
La otra máxima está más en la línea de libros o citas de autoayuda:
Happiness is not a destination. It is a way of live.
Nos aconseja ésta que no veamos la felicidad como un objetivo, como un destino, como una obsesión; que la cosa de estar bien y disfrutar va más de cómo afrontamos la forma de vivir. Del día a día, vamos.
Llevo algo más de 20 años predicando en las aulas y las organizaciones que se deben gestionar bien las agendas, escribir lista de tareas del día, lista de proyectos… y esas cosas que todos sabemos y que nos cuesta tanto hacer y aún más mantener. Pero me doy cuenta ahora que nunca les he insistido a mi alumnado, clientes, colaboradores o similares que se afanen en hacer también listas de:
actividades fuera del trabajo que les gustaría/les ilusionaría hacer,
personas que les impactaron en su vida,
otra de las que les gustaron o a las que quisieron,
lugares que añoran de tu infancia o juventud,
olores o sabores que tienen almacenados en la memoria y hace tiempo que no aprecian,
incluso personas a las que hicieron daño o creen que se lo hicieron («Me llamo Earl»)
…
Ahora sería más vehemente en aconsejarles que hicieran esas nuevas listas y que no dejaran de ir a reencontrarse con esas personas anotadas en las mismas (no importa cómo o dónde estén ahora), que volvieran a visitar esos lugares, que buscaran los olores y sabores perdidos…
Ya se sabe… la historia esa de que una persona o directivo feliz y motivado es mucho mejor para la organización, para su equipo, para el cumplimiento de los objetivos…
Y para eso, siendo coherente con mi magisterio y la ortodoxia del manual al uso, tendría que aconsejarles que revisen sus agendas diarias y que se aseguren de reservar tiempo específico para las actividades que emanan de estas listas «alternativas» que he mencionado.
Pero no sé, me da a mí que entonces se empezará a perder el encanto de esas nuevas listas, cuando sus interesantes y líricas actividades se entremezclen en las agendas con las otras más prosaicas y sesudas de los quehaceres cotidianos. Le tendré que dar una vuelta, a ver…
El sueño consistía en que me encontraba en una especie de selva o bosque, donde tenía que abrirme paso con un machete o algo parecido para avanzar. Era muy dificultoso, incómodo y agotador. Sudaba. De vez en cuando llegaba a algún espacio libre y descansaba un poco.
También de vez en cuando, mientras avanzaba, buscando no sé qué, podía distinguir un camino ancho que ya conocía. Sabía por donde transcurría y a donde llegaba. Esos caminos familiares se me ofrecían tentadores. Y eran también carreteras, autopistas y hasta elegantes calles urbanas, llenas de ofertas interesantes: bares, servicios y tiendas exquisitas. Pero eran eso: seguros, conocidos, monótonos… previsibles. Como los conocía, los dejaba, me daba la vuelta y seguía. Y me volvía a adentrar en la selva.
Cada vez era más complicado avanzar. Pero mi convicción de encontrar lo que buscaba (?) me animaba a seguir. El tiempo pasaba y me hacía mayor.
De pronto observé un sendero que, nítido, se me ofrecía seductor, verde, pleno de sombras refrescantes. No parecía que nadie transitara por él. No tenía tiendas, ni gasolineras, ni máquinas de vending. Parecía arriesgado y algo temerario adentrarse en él. Pero me armé de valor y lo empecé a recorrer. Tenía que utilizar el machete con alguna rama esporádica que se cruzaba. Era sinuoso e impredecible. Interesante. Cada rincón era desconocido. Sugerente.
Cuando llevaba ya un rato caminando me paré un momento. Me estaba alejando de todo lo que conocía. No sabía si sabría volver a esas zonas de confort que he mencionado. Se apoderó de mí una sensación de miedo, de inseguridad. Y pensé: ¿cuán largo será este camino? ¿Adónde me llevará? ¿Terminará de forma abrupta o en un precipicio? Podría ocurrir eso justo detrás de la curva que diviso al fondo. ¿Cuántas repechos y cuestas vendrán? ¿Podré con todos ellos? Y esa sensación de temor e incertidumbre se hizo aún más fuerte.
Mientras estoy parado y en estas reflexiones, ahora por fin, tomo conciencia que el sueño no era tal, que estaba… que estoy despierto!
Y entonces esa sensación de vértigo aún se agrava más, pero compite, ahora sí abiertamente con otra extraña e inquietante, como de un cosquilleo en el alma, esperanzador, que me invita a seguir adelante.
Hace algún tiempo que quería reflexionar y compartir una idea, a ver si consigo expresarla bien y conocer el nivel de acuerdo o desacuerdo sobre la misma.
Ya hemos tenido o se empiezan a aproximar otras grandes citas anuales de congresos y jornadas que nos unen a muchos de los que estamos en esto del cambio y la transformación de nuestras organizaciones públicas:Novagob, CNIS, JOMCAL, etc.
Como cada año ahí hemos estado y estaremos. No tengo que explicar aquí la importancia de las mismas y todo lo que sacamos de bueno los que, año a año, participamos en las mismas.
No es la primera vez que surge el debate de la necesaria renovación de las personas que han/hemos tenido un papel predominante en anteriores ediciones, y la oportunidad de que vayan entrando gente «nueva», con nuevas ideas, desde otros ámbitos o puntos de vistas diferentes que puedan refrescar el ambiente y hacerlo más diverso y rico. Estos aspectos se han hablado estos días para Novagob, por ejemplo. Creo que es un reto también que tenemos que superar, de lo contrario los mensajes y los debate podrían llegar a ser repetitivos. Pero aún hay otro aspecto sobre el que me interesa más reflexionar ahora, como decía.
Porque también se dice habitualmente que en estos foros nos encontramos la mayoría de personas ya convencidas y preocupadas por los aspectos que hemos comentado. Las que no necesitamos que nos convenzan. Que nos lo creemos, vamos. A veces conseguimos que «nos acompañen» algunas personas de nuestra organización pública (de nuestro equipo, compañeros iguales o incluso jefes) que andan algo rezagados; para que se inspiren, para que vean que esto no es una secta extraña y que incluso puedan conocer experiencias aplicadas de mejora o transformación real. Y eso no está nada mal.
Puede que me equivoque, pero los que asistimos mayoritariamente tenemos una posición de cuadro medio-alto (normalmente funcionario) en nuestras organizaciones. Incluso me atrevería a decir que bastantes somos influyentes (a veces y paradógicamente más en otras organizaciones que en la nuestra). Pero también es cierto que esa influencia puede cambiar o modularse en algunos años en función de las alternancias de los equipos de gobierno, hemos de reconocer. Pero lo que está claro que en etos foros no están todos o la mayoría de los «decisores», aquellos que tienen la última palabra en las CC.AA, las administraciones locales o la AGE.
A veces están, se les ve, pero suelen aparecer en las inauguraciones o cierres, con formatos más institucionales o protocolarios, o incluso en alguna ponencia más larga, pero centrada en la explicación de alguna interesante experiencia o proyecto novedoso que se ha llevado a cabo en su administración. Pero no se quedan a escuchar o debatir con nosotros.
En mi opinión, y dando por supuesto que el avance de nuestras organizaciones públicas en la ansiada transformación no está siendo el deseado, los que tienen la clave son los que deciden, los máximos responsables (políticos en su mayor parte). Y si tienen la llave de todo esto, tendríamos que meterlos de alguna forma en este tipo de encuentros. Alguien me puede decir que éstos no son sus espacios o foros, que lo que se pretende abordar es algo más técnico.
Pero, en mi opinión, ahora estamos un momento en el que tenemos bien resuelto (al menos bien fundamentados) los elementos claves técnicos, jurídicos, procedimentales y tecnológicos de la transformación, pero necesitamos remover conciencias, cambiar la cultura y prioridades, ponerla de verdad en la agenda política (que poco se ha hablado de esto en las recientes y múltiples elecciones!). A veces, en estos encuentros, tengo como una sensación de que estamos haciendo rayas en el agua.
Mi propuesta es que vengan esos decisores, que tengan más papel, pero de verdad a mezclarse y debatir de forma abierta y sincera con nosotros. Que no se sientan intimidados y que sea confortable el espacio, igual que lo es para nosotros. No para que expliquen las bondades de su organización o proyecto, sino para que podamos preguntarles y que se pregunten ellos: ¿qué impide que se lancen a impulsar de verdad la transformación?.¿Por qué no se lleva a cabo? ¿Cuáles son sus temores y miedos?.¿Por qué no lo tienen tan claro como cuando hablan de transición energética o la mejora de la sanidad y la educación?. ¿Qué condiciones habría que generar para que avanzáramos mejor y a más velocidad?.
Estamos justo ahora en un momento, con una gran renovación de equipos de gobierno, interesante para pensar en una estrategia para tratar de abordar este asunto.
Y dicho esto, yo eso no sé cómo se hace. Pero seguro que habrá gente que sí, como los sesudos y siempre acertados promotores de estos encuentros, que seguro que sabrán encontrar la fórmula. 😉