Corren unos tiempos
en los que las personas se buscan desesperadamente
justo ahora que no pueden encontrarse,
aunque de todos es sabido
que primero tienes que encontrarte a tí mismo
para poder encontrar a los demás.
O… era al revés?
Corren unos tiempos
de extrañas emergencias de creatividad
que estaban confinadas en tiempos de libertad?,
donde algunos desenpolvan instrumentos desafinados,
otros recuperan pinceles o arcillas endurecidas
y algunos garabatean folios en blanco, como es este caso.
Corren unos tiempos
de listas de deseos y tareas por hacer,
que no serán satisfechas
ni aún con todo el tiempo del mundo,
porque el problema quizá sea
la falta de coraje y determinación.
Corren unos tiempos
de solidaridades y egoísmos extremos
que retwitteamos y compartimos
sin ni siquiera saber de verdad
si alguien alguna vez las practicó.
Pero tranquilos, me temo que bien pronto
volveremos, como si tal cosa,
a ese refrito en el que estábamos instalados
que confunde lo esencial y lo superfluo.
Corren unos tiempos
en los que ponemos el acento en curvas que no se vencen,
representadas en gráficos coloridos y fríos,
con muertos que reciben como único homenaje
ser trazados con una línea negra, y a veces ni eso.
Son tiempos también de búsqueda cainita de culpables
que unos y otros saben aprovechar perfectamente,
para urdir sus macabros planes,
más aún cuando el miedo nos acecha.
Corren unos tiempos
en que la globalización ha tomado cuerpo al fin,
traspasando el mundo de las ideas
para adentrarse en todos y cada uno de nosotros,
inoculándose en forma de amenaza
que se experimenta y padece simultáneamente
-por primera vez- en toda la humanidad.
Corren unos tiempos
en que se ha puesto en evidencia
que nuestro mundo es ya una habitación,
en la que estamos todos, muy juntos.
Ya no valen ni puertas ni fronteras,
aunque algunos se empeñen en mantenerlas.
No tenemos que protegernos de nadie
más que de nosotros mismos.
Cuanto antes comprendamos esto,
antes explotaremos las magníficas oportunidades
de este nuevo tiempo.
Ha tenido que venir un virus impertinente y tozudo
para colocarnos a todos en nuestro lugar,
para recordarnos nuestra única condición humana,
ajena a fronteras, etnias y credos,
entelequias que inventamos para separarnos.
Estamos en la búsqueda desesperada de una vacuna
para una enfermedad dura pero coyuntural, que pasará.
Ni siquiera hemos reparado en buscar la definitiva,
la que inmunice nuestra humanidad de verdad,
de los principales males que nos amenazan
que no están en murciélagos o pangolines,
sino bien dentro de nosotros mismos.
Imagen de Pixabay de harutmovsisyan